Cuando algo empieza, empieza bonito. Los primeros momentos siempre son así, inusuales y fuera de lo común. Durante esos momentos, cualquier detalle puede hacerte sentir especial: las miradas fijas, los mensajes cursis, los abrazos tímidos, los susurros en medio del ruido y las manos que se encuentran por casualidad. Todos los gestos de esa persona podrán provocarte un terremoto que quebrará tus cimientos.
De repente, sin dejarte muchas opciones, todo empieza a verse más hermoso de lo habitual. Los colores se avivan, las estrellas aumentan su brillo, las sonrisas se vuelven más sinceras y los sentimientos afloran con mayor nitidez. Te vuelves un crítico de todo y estás más pendiente sobre tus gustos y lo que quieres compartir. Ya no te aburres ni te angustias con facilidad, de hecho, aprendes a canalizar las emociones negativas y se convierten en paciencia. Mágicamente te despegas de la realidad por plazos cada vez más largos y utilizas ese mismo pegamento para atraer a la otra persona. Te empiezas a desconocer porque te vuelves más creativo y te haces más creativo porque te descubres enamorado y te desconoces. Ese es, tal cual, el círculo vicioso más difícil de superar.
Una vez que llegues a aceptar tu situación, relájate. Si luchas contra eso solo conseguirás caer con mayor rapidez. Es como estar atrapado en arenas movedizas. Simplemente deja que fluya, desenvuélvete, come algo y vuelve a dormir. Cuando despiertes de nuevo, respira hondo y tómalo con calma. Ningún sentimiento ha desaparecido de la noche a la mañana. Despreocúpate, absolutamente todos, sin excepciones, se han emborrachado de amor.